viernes, 3 de julio de 2015

Tsipras en el laberinto o el hilo de Ariadna

Nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración sirve a los intereses de la masa y no de una minoría.” 
Pericles, Discurso Fúnebre

No se puede hablar de democracia sin referirse a Grecia; tampoco se puede siquiera hablar de Europa sin referirse a la herencia griega. Por ello, resulta paradójico que hoy se pretenda sentar en el banquillo de los acusados al pueblo heleno, bajo la imputación de frustar el sueño europeo, por haber elegido a un gobierno que, tal y como prometió en su programa electoral, no se presta a continuar liquidando los derechos laborales, privatizando sectores estratégicos de su economía, recortando pensiones o subiendo el IVA de productos básicos. Renuncias que la Troika exige para liberar un paquete de ayuda que le permita afrontar un pago de su deuda al FMI.

La tragedia griega escenifica la muerte de la democracia: los griegos se han revelado contra su destino votando por encima de sus posibilidades y, ahora, la cólera del Olimpo financiero cae sobre sus cabezas.

Syriza ganó las elecciones bajo la promesa de poner fin a las políticas austericidas, renegociando las condiciones del rescate, pidiendo reestructurar la deuda. Se ha pretendido vulnerar la soberanía del pueblo griego, tratando de forzar a su gobierno a degradar aún más los derechos sociales y a seguir aplicando dogmas neoliberales, que se han probado nefastos para la recuperación económica. Tras meses de tensas negociaciones, ha quedado patente que no ha habido voluntad de dar una salida razonable al laberinto griego.

No pocas voces autorizadas, como los premios nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, han demostrado que la deuda griega es impagable, al igual que la de España, y que la única salida real es una quita y un viraje en la política económica, girando hacia la inversión productiva y las subidas salariales para dejar de contraer la demanda interna. Sin embargo, el Eurogrupo, el BCE y el FMI ignoran estas opiniones, persistiendo en políticas que los hechos se empeñan en rechazar, por más que quieran vestirse como incuestionables directrices técnicas. Son, eso sí, políticas tremendamente beneficiosas para los poderes financieros, que han visto cómo sus mastodónticas pérdidas, tras el crack bursátil de 2008, derivadas de actividades especulativas, han pasado a convertirse en deuda pública. Y son también altamente beneficiosas para las multinacionales, que  han convertido la crisis en la excusa para arrasar los derechos laborales, y forzar la privatización de servicios y empresas públicas.

Ante esto, parece que la oposición a los planteamientos de Syriza y a sus propuestas de negociación responden, sobre todo, a la pretensión de escarmentar a todos aquellos que osen oponerse a los intereses de los grandes poderes económicos, invocando la democracia.  Y ante esto, el gobierno de Tsipras ha entendido que ha llegado el momento de suspender el pago de la deuda, y convocar a la ciudadanía griega a un referéndum, figura que evoca al ágora ateniense, para que determine si es el momento de plantar cara.

El proyecto de Europa unida comenzó tras la II Guerra Mundial. En aquel momento, con una clase trabajadora fuertemente organizada, con un continente devastado y con un contramodelo encarnado por la URSS, los gobiernos occidentales tuvieron que apostar por la promoción de estados del bienestar, por la cohesión social y la redistribución de la riqueza. Esto comenzó a quebrarse en los años setenta, con la aparición de las políticas neoliberales, y fue definitivamente dinamitado por el Tratado de Maastrich. Bajo el dogma del libre mercado como asignador eficiente de recursos y de la iniciativa privada como fuente de riqueza, comenzó en Europa una oleada de privatizaciones y recortes sociales, que tuvo su mayor expresión en los países mediterráneos. La Europa del Sur, España, Grecia, Italia y Portugal, sufrió un fuerte proceso desindustrializador, consecuencia de los planes de convergencia que se implementaron con la creación del Euro, haciendo sus economías y sistemas bancarios muy dependientes de los alemanes, y volcados sobre actividades especulativas, como la burbuja inmobiliaria. La crisis de 2008 quebró ese modelo especulativo, y la respuesta política fue el rescate bancario que sepultó a la Europa del Sur bajo una gigantesca deuda pública. Ésa es la trampa que en estos momentos tiene a Grecia sometida a sus acreedores.
La crisis griega, y también la situación de Italia, España, Irlanda y Portugal, está estrechamente ligada a la principios neoliberales que conforman la UE y a los vicios de origen del Euro: al disparate de crear una unión monetaria sin haber creado una unión fiscal, una homogeneización de la legislación laboral o un sistema de deuda común; y también a las consecuencias fatales de haber perdido la soberanía monetaria y económica. Por ello, no es Grecia quien está poniendo en riesgo Europa, sino los valedores y los beneficiarios de esta UE, que están abocando a los pueblos de Europa, y en especial a los del Sur, al sometimiento a un modelo económico socialmente lesivo y antidemocrático: el austericidio y la deudocracia. Y en esas circunstancias, sólo caben dos alternativas: o la UE corrige el rumbo y se transforma en una verdadera unión política y democrática, donde los derechos de la ciudadanía primen por encima de los intereses de los poderes económicos; o Grecia, y detrás de ella otros pueblos que se rebelen contra los dictados del sistema financiero, no tendrán otra salida que abandonar el Euro y la propia UE.

Toda Europa está atrapada en un terrible laberinto, que forman las políticas neoliberales. Y en ese laberinto campa el minotauro, la Troika, devorando vidas y derechos. El gobierno de Alexis Tsipras es hoy, veintiséis siglos después de Pericles, un nuevo Teseo enfrentándose al minotauro, para tratar de salvar el sueño de Europa. Y este Teseo se aferra al hilo de Ariadna que nos muestra la salida del laberinto: la soberanía popular; la democracia.

Pedro Roldán García,
Presidente de la Sociedad Cultural Gijonesa

Este artículo fue publicado en La Nueva España el Viernes 3 de Julio de 2015.

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