Transcripción de
la intervención de José Ovidio Álvarez Rozada, directivo de la Sociedad
Cultural Gijonesa, en el debate sobre el modelo cultural de Gijón, organizado
por el Club de la Nueva España de Gijón el 12 de febrero de 2015. El debate
contó también con la participación de Silvia Cosío, en representación de SOS
Cultura, y fue presentado y moderado por Luis Miguel Piñera.
Agradecimientos
Muy buenas
tardes a todas y todos.
Quisiera, en
primer lugar, agradecer en nombre de la Sociedad Cultural Gijonesa esta
invitación al Club de la Nueva España y, en especial, a Luis Miguel Piñera.
Luis Miguel es un destacado estudioso e historiador de la vida social de Gijón,
y es también un socio histórico de nuestra entidad.
Introducción
Para que se
comprenda la óptica desde la que voy a
abordar el análisis del modelo cultural de Gijón, creo que debo comenzar
recordando algunos aspectos acerca de la historia y el espíritu de la Sociedad
Cultural Gijonesa.
La Sociedad
Cultural Gijonesa fue fundada en el año 1968, por un grupo de personas
vinculadas a la lucha sociopolítica contra el franquismo, que participaban de
lo que por entonces, en los compases finales de la dictadura, se denominaba la
alianza de las fuerzas del trabajo y las fuerzas de la cultura. Esto consistía
en promover el acceso de las capas populares de la población a todos esos
contenidos que suelen denominarse cultura: la literatura, el cine, las artes
escénicas…, pero también la divulgación científica, el conocimiento de las
ciencias sociales y la filosofía; a todos aquellos saberes que permiten el
enjuiciamiento crítico del presente y la propia comprensión de la realidad en
la que se vive. Un acceso participativo, donde las capas populares no debían
ser sólo receptores sino también actores, y donde los generadores de cultura
eran llamados a involucrarse en el ritmo del presente político, y a asumir su
responsabilidad como productores de conciencia social.
El acceso al saber y a las artes, a todo eso
que suele identificarse como cultura, es el verdadero cimiento para la
construcción de una ciudadanía democrática. Y por ello ha de ser entendido como
un derecho humano fundamental, que no puede ser coartado ni quedar al albur del
puro interés económico. Tal fue el espíritu y la convicción con los que surgió
la Sociedad Cultural Gijonesa, en la fase terminal del franquismo, y entendemos
que aquellos planteamientos cobran plena actualidad hoy, cuando la crisis
económica ha acabado precipitando una profunda crisis de nuestro modelo
político y social.
No me parece
baladí precisar que en un sentido mucho más general y profundo que el que suele
utilizarse, la cultura es lo que durante los siglos XVIII y XIX se llamaba el
espíritu del pueblo y, anteriormente, la gracia. Es decir, el modo de vida y el
carácter de una sociedad: el sistema general e histórico que forman su modelo
político, económico, su realidad sociolingüística y sus procesos de generación
de sentidos e identidades colectivas. Un entramado complejo, que se imbrica en
una realidad regional, nacional e internacional cambiante, y donde la elección
de un modelo u otro, la selección de unos conceptos y unos discursos frente a
otros no es algo inocente, sino que tiene que ver, en último término, con un
proyecto de sociedad; y en nuestro caso, con una propuesta de ciudad. Con el
Gijón que queramos ser.
Análisis del modelo cultural de Gijón
Desde las claves
anteriormente expuestas, al encararnos con la vida cultural de Gijón, creo que
podemos concluir que ésta presenta en la actualidad una cierta parálisis que
contrasta vivamente con la efervescencia con que contó en épocas pasadas. No
hay en la actualidad un modelo cultural reconocible en la ciudad, que dé
coherencia y personalidad a las diferentes actividades y eventos, y las
variadas instalaciones municipales carecen, en muchos casos, de programación
suficiente y de facilidades, como pudieran ser tasas más asequibles, para que el elemento
ciudadano pueda crearla. Sin embargo,
ello no es a mi juicio achacable únicamente al actual gobierno municipal, sino
que responde a una situación previa de agotamiento y falta de renovación. Para
comprenderlo en toda su extensión, entiendo que es necesario proceder desde una
perspectiva histórica.
a) Años 70
En los años
setenta y durante la transición, Gijón gozaba de una rica vida social,
vinculada con su condición de ciudad obrera, que tenía su expresión en el
activismo vecinal, sindical y, en su sentido más amplio, ciudadano. Era una
época dominada por el ansia de libertad y de mejora social, en que se pugnaba
por conquistar derechos civiles, tantos años yugulados, y se reclamaba la
creación de infraestructuras y servicios para los barrios y extrarradios. Fue
también la época en que se culminó el acceso masivo a la educación de los
sectores populares. Todo ello trajo consigo nuevas aspiraciones e inquietudes
que cristalizarían años después en relevantísimas corrientes artísticas y
musicales, como pudiera ser el Xixón Sound.
b) Años 80-90
Posteriormente,
en los años ochenta y sobre todo en los noventa, Gijón alcanzó su época de
máximo esplendor cultural. Ese tejido social efervescente al que me he
referido, generaba un potente pulso que acabó impregnando el plano
institucional. En efecto, en aquellos años se hizo una atinada política
cultural desde el ámbito municipal, que se conjugó también con fuertes
inversiones y una vigorosa apuesta, que terminó por transformar a nuestra
ciudad en un auténtico referente. Es en
ese momento cuando se crea la Semana Negra, como un festival literario volcado
sobre el género negro, que acabaría convirtiéndose en evento cultural y lúdico,
con conferencias, presentaciones de libros o atracciones de espectro amplio. Es
también el momento, ya con Juan José Plans, pero fundamentalmente bajo la
dirección de Cienfuegos, en que el Festival de Cine deja de ser un festival
dedicado al cine juvenil e infantil, para convertirse en un certamen de más
enjundia, que acabó por orientarse al campo del cine independiente. Es también
el periodo en que se desarrolla un ambicioso ciclo de macroconciertos que traerían
a Gijón a estrellas internacionales como los Rolling Stones, Bon Jovi o Tina
Turner. Y asimismo, es la época en que
se crea una importante escena teatral, también con perfil característico y
reconocible, en torno al Teatro Jovellanos.
Pero junto a
esto, se avanza en otra serie de capítulos que, desde la perspectiva de la
Sociedad Cultural Gijonesa, son incluso más importantes, por cuanto contribuyen
a posibilitar el acceso continuado de los sectores populares a los contenidos
que suelen sobreentenderse como cultura, desde una perspectiva participativa.
Se trata de la creación de una amplia red descentralizada de centros
municipales y bibliotecas; espacios públicos, de gestión municipal, que cuentan
con instalaciones para la proyección de películas, las representaciones
teatrales, o para el estudio y la lectura. Y a ello añadiría también todas las
iniciativas de arte y música en la calle.
c) Siglo XXI:
crisis del modelo cultural
Ese modelo
cultural comenzó a dar signos de agotamiento con la llegada del siglo XXI. No
se trata tanto de la reducción de inversiones, cuanto de la ausencia de
cohesión entre los diferentes contenidos y actividades culturales, la pérdida
de la idiosincrasia y la descoordinación con otros agentes culturales como
puedan ser la Laboral Centro de Arte. Hay varias razones que han influido en
esta situación.
De una parte, es
obvio que la crisis económica ha reducido sustancialmente las inversiones en
materia cultural, tanto a nivel público como privado. Pero debemos entender que
el problema es mucho más profundo y desborda absolutamente el ámbito de Gijón.
El fondo de problema hemos de verlo incluso a escala internacional. Durante las
últimas décadas, hemos vivido la pujanza del modelo socioeconómico neoliberal,
que ha dejado su impronta no sólo en el campo político, alentando la
privatización de los servicios públicos y la reducción de los derechos y la
protección social y laboral, sino también en la propia concepción de las artes
o las humanidades como elementos que deben quedar subordinados a principios
puramente mercantilizadores. Y todo ello, bajo en la idea de que el libre
mercado es un asignador eficiente de recursos, en virtud de una supuesta
capacidad autorreguladora (la vieja idea de la mano invisible), siendo así la
libre competencia el factor por
antonomasia de generación de riqueza social y el capital privado el gestor más
eficaz. De esos supuestos se sigue que cualquier elemento que buscase corregir
las dinámicas de la competencia, o cualquier medida tendente a la
redistribución de la riqueza o que abogase por la gestión pública de los
recursos o servicios, sería una rémora para el progreso y el crecimiento. No
hace falta decir que la actual crisis económica ha puesto en cuestión, de
manera dramática, todos esos supuestos, así como el propio proceso de
construcción europea, que en definitiva ha estado guiado por ese modelo
neoliberal. Pero en lo que nos ocupa, hay que decir que la consecuencia de esos
planteamientos es que el derecho al acceso a la cultura (artes, ciencias,
filosofía…) pasa a quedar subordinado a la generación de beneficios económicos
para agentes privados.
A nivel español
y Asturiano, aunque no sea el caso de Gijón, ese modelo económico y
sociopolítico ha alentado la burbuja inmobiliaria y ha traído consigo la
generación de macroinfraestructuras, como puedan ser la Ciudad de las Ciencias
y las Artes de Valencia o el Niemeyer. Edificios mastodónticos que han acabado
siendo auténticos cascarones vacíos, donde la generación del espacio precedía
al proyecto y a la definición de las estrategias y propuestas para construir un
nodo de elaboración cultural, generándose, eso sí, golosísimos negocios para
las constructoras y las entidades bancarias involucradas en la financiación. El
inicio de la crisis y la merma de las dotaciones económicas han dejado espacios
yermos donde resuenan los ecos de promesas que no pasaron de tales. Y
paralelamente, esa apuesta cultural vino a descuidar el mantenimiento de
iniciativas de barrio, o a escala general de ciudad, mucho más modestas, pero
que hubieran generado un cierto tejido ciudadano y hubieran podido mantenerse
en mitad de la crisis.
Es cierto que
ese modelo socio-político al que hemos hecho mención estuvo amortiguado durante
cierto tiempo, en lo que respecta al campo cultural de Gijón, por la propia
fisonomía obrera de la ciudad y por la pujanza de su tejido social; pero Gijón no
fue ajena a sus repercusiones en otros aspectos, como nos recuerdan el Solarón,
el Metrotrén, la ausencia de una estación de autobús segura y proporcionada a
las necesidades de la ciudad, o la explanada vacía del Muselón, con toda la
polémica y la rodadura judicial que está generando la gestión de los fondos
invertidos en él. Pero aquí me importa referirme, más en general, al
agotamiento endémico de la propia estructura económica de Asturias, que ha
venido determinado por la incapacidad de ajustarse a la dinámica internacional.
En efecto, Asturias, y también Gijón, padecen desde hace décadas de unos
importantes márgenes de desempleo juvenil y de falta de expectativas de
desarrollo profesional para una juventud hipercualificada. La consecuencia ha
sido una importante tasa de emigración y de envejecimiento poblacional, que se
ha dejado sentir en su vida cultural al bloquearse el relevo generacional. En
ese sentido, uno de los factores que explican el agotamiento del modelo
cultural de Gijón es un esclerosamiento de sus propios agentes por una falta de
renovación, convirtiéndose en una suerte de capa social que se ha imbricado en
el tejido institucional de Gijón, y que sigue reiterando una serie de mecanismos
y de propuestas que ya no funcionan igual que en el pasado, y que no permiten
conectar eficientemente con la gente más joven.
Hay que decir,
asimismo, que las políticas en materia cultural y educativa del gobierno de
España del Partido Popular han sido tremendamente lesivas. La reforma educativa
de Wert ha reducido a la mínima expresión la presencia curricular de plástica,
música, filosofía, historia… Toda una declaración de principios que obedece a
un crudo utilitarismo al servicio del interés empresarial, que persigue
arrumbar a todas aquellas disciplinas que puedan brindar elementos para el
cuestionamiento crítico del presente, al tiempo que se avanza, en las claves
del proceso de Bolonia y en buena medida de la mano del PSOE en esta cuestión,
hacia un modelo educativo cada vez más elitista y segregador. En definitiva, estamos
ante el entronizamiento de una racionalidad puramente instrumental, la razón de
los llamados mercados y sus exegetas del Eurogrupo y la Comisión Europea, al
tiempo que se trata de hacer opaca cualquier discusión racional y democrática
de los fines que se persiguen como sociedad.
Verdaderamente
indicativo, en este sentido, es el establecimiento del IVA cultural en el 21%,
tratando quizás de castigar por su implicación política a unos colectivos, por
norma general, díscolos y reivindicativos, pero perjudicando con ello a un
elemento esencial tanto para un ocio constructivo y la generación de un sentido
ciudadano crítico, como para el desarrollo de una actividad económica que en
otros países, fijémonos en el ejemplo del cine francés, rinde importantes
beneficios económicos a la sociedad. Y a ello hay que sumar también políticas
timoratas, cuando no seguidistas de la SGAE, como ocurrió en su momento con la
Ley Sinde del PSOE, que benefician a los creadores consolidados, e imponen una
serie de cánones de dudosa legitimidad, pero establecen una serie de
limitaciones a la difusión que perjudican a los artistas noveles.
Es preciso
contemplar otro elemento, de carácter general. La revolución de la tecnología
digital, con la difusión masiva de los ordenadores personales e internet, la
aparición de las redes sociales y los smartphones, ha producido una auténtica
transformación de las pautas de difusión, consumo y elaboración. Han surgido
nuevos soportes para la elaboración artística, nuevos sistemas de compra, y
elementos de copia y difusión que dejan obsoletas las legislaciones que había
hasta el momento, descolocando a las discográficas o a las productoras, que
movilizan sus recursos jurídicos y políticos para mantener su posición, pero que
tienen que enfrentarse a la postre a una reconfiguración profunda de los
sectores musicales o audiovisuales, ante la que no cabe poner puertas al campo.
La creación de las redes sociales y la propia telefonía móvil han modificado
las pautas de relación interpersonal, transformando las formas de compartir y
consumir este tipo de servicios.
Esa ausencia de
renovación generacional a la que hemos hecho mención más arriba, ha
condicionado que esta transformación haya sido asumida de manera poco efectiva
por los espacios y agentes culturales de nuestra ciudad. Aunque hay que reconocer, a otra escala, que se han
creado telecentros y otros ámbitos en que se ha integrado a las nuevas
tecnologías de forma funcional.
d) La llegada de
Foro Asturias
Es en esta
circunstancia, en la que el modelo cultural gijonés ya padecía de una
importante fatiga, cuando se produce el cambio de en el gobierno municipal, y
Foro Asturias llega a la alcaldía. A mi juicio, Foro tienen una concepción
tremendamente estrecha de la actividad cultural, que minusvalora completamente
los grandes referentes que había conseguido consolidar la ciudad; véase la
consideración que se tiene hacia la Semana Negra. Esto se tradujo en una
gestión absolutamente errática de los responsables municipales, que tuvo su
mayor exponente en el concejal de cultura, el señor Carlos Rubiera, quien
comenzó su mandato con unas maneras autoritarias y personalistas, desatando una
confrontación con la organización del Festival de Cine, que culminó con la
sustitución de su director y acabó por desvirtuar el certamen por completo.
Otro aspecto más que discutible fue la creación del Festival del Arco
Atlántico, el cual tuvo una desmesurada inversión presupuestaria y, sin
pretender desmerecerlo por completo, considero que tuvo un encaje complejo en
la vida de Gijón y en el resto de su programación cultural. Finalmente, tras
unos inicios de gran resonancia pública, dominada por la polémica, el concejal
de cultura acabó adoptando un perfil muy discreto, que lo hace casi invisible.
En conjunto,
podría decirse que la gestión cultural de Foro se caracteriza por una suerte de
paternalismo, según un esquema obsoleto de administrador y administrado, donde
se generan unos contenidos muy definidos y predeterminados, que además carecen
de la debida pluralidad para tratar de atender a las diversas sensibilidades,
que se le sirven a la ciudadanía ya cocinados, sin que existan cauces para que
ésta pueda articular propuestas. Un buen exponente de esta manera de funcionar
es el Proyecto de Reforma de la Antigua Escuela de Comercio de Gijón. Se trata
de un proyecto que contempla brindar espacios a asociaciones culturales, y que
cuenta con una financiación absolutamente desmesurada, una macroinversión. Se
trata sin embargo, y esta es la principal línea de crítica, de un proyecto
hecho de espaldas a las necesidades del tejido asociativo de Gijón, que genera
un agravio comparativo al considerar en exclusiva una cesión al Ateneo
Jovellanos y al Ateneo Obrero, dejando al margen al resto de asociaciones de la
ciudad. Desde la Sociedad Cultural Gijonesa hemos pedido que ese proyecto se
replantee desde su base, partiendo de un diálogo con las asociaciones para
conocer sus necesidades y persiguiendo el beneficio de todas ellas. En ese
sentido hemos dirigido, por boca de nuestro
presidente Pedro Roldán, una pregunta a la alcaldesa Carmen Moriyón durante el
pleno municipal, arrancando un compromiso de reunión que hoy (más de un mes
después), aún no se ha concretado.
Otro ejemplo de
esta forma de proceder es la
rehabilitación del edificio de la Tabacalera, para el que se ha planteado la
convocatoria de un concurso de ideas, con una dotación presupuestaria en torno
a 60.000. Da la impresión de que se trata de un proceso de privatización
encubierta de espacios públicos: otorgar a una empresa privada, la que resulte
ganadora del concurso de ideas, la gestión de un espacio que es de todo Gijón,
o debería de serlo, para hacer un negocio que redundará fundamentalmente en
beneficio privado. De nuevo el mantra de
la mayor eficiencia de la iniciativa privada a la hora de gestionar los
recursos.
Los retos del presente: trabajar de nuevo a
Gijón en sus aceros
Pese a este
bosquejo, que podría parecer asaz pesimista, he de decir que hay notas para la
esperanza. Siguen existiendo en Gijón, bajo esa corteza casi petrificada de su
actual vida cultural y pese a todos los condicionantes que he desgranado,
movimientos pujantes, que quizás no encuentran elementos de conexión con el
plano institucional ni consiguen visibilizarse todo lo que debieran, pero que
contienen el empuje y la fuerza de resistencia de la que puede surgir una
renovación. La iniciativa SOS Cultura, que hoy nos acompaña en la mesa, es una
buena muestra de ello.
El modelo de
ciudad de Gijón debe reinventarse a todos los niveles, en el marco de esta
profunda conmoción que está sufriendo el sistema político y socio-económico
español; a escala económica, a escala social, y también en el plano artístico y
en el campo de la difusión cultural. Es necesario mirar hacia nuestro pasado para
componer una alternativa de presente, que no pierda de vista aquellas señas
sobre las que se construyó su identidad característica, pero que tampoco caiga
en el error de querer repetir tal cual fórmulas, eventos o certámenes, por
ejemplo, que fueron exitosos en su momento, pero que posiblemente no se ajusten
ya a los ritmos y a los requerimientos del presente. Es necesario, en suma,
avivar el ingenio para volver, desde un empeño colectivo, a trabajar a Gijón en
sus aceros.
Hace falta poner
en pie un modelo cultural para Gijón de carácter hondamente participativo. Pero
esa participación no ha de ser un subterfugio para legitimar la externalización
de servicios, sino la articulación de fórmulas para que la ciudadanía en su
conjunto y los actores directamente implicados en los diversos capítulos de la
actuación municipal, el campo que suele consignarse como cultura en lo que nos
ocupa en este caso, puedan ser consultados de manera vinculante o contar con
cauces efectivos para elevar propuestas de manera sencilla. Todo ello desde una
defensa férrea de los servicios municipales, de la gestión pública, y del
mantenimiento de unas instalaciones municipales a disposición de la ciudadanía,
sin menoscabo de reconocer la necesidad de contar con otros agentes de la propia
sociedad civil gijonesa. Y es necesario remarcar aquí, que la piedra angular de
todo este planteamiento es que eso que suele llamarse cultura es un derecho,
como lo son la sanidad o la educación; y que justamente por eso a las
administraciones les corresponde su promoción y salvaguarda. Pues frente a los
cantos de sirena del neoliberalismo, que pretendía, desde una supuesta asepsia
ideológica, vendernos las virtudes taumatúrgicas del mercado libre como fuente
de un armónico progreso social (la persecución del lucro individual produciría
el beneficio colectivo), lo que nos ha demostrado la crisis que estamos
padeciendo es que sólo las administraciones públicas, un estado y ayuntamientos
que se guíen por criterios sociales, pueden ser la salvaguarda de la igualdad,
la distribución de la riqueza y los derechos y libertades personales.
No podemos
olvidar nunca que el modelo de cultural que se promueve depende de una visión
de lo que tiene que ser la sociedad. Por eso debemos permanecer alerta ante la pretensión de que existen unos criterios
puramente técnicos para gestionar una ciudad o las diversas prestaciones,
servicios o actividades que se desarrollen en ella. Plantear facilidades para
la implantación de franquicias y multinacionales en espacios característicos de
nuestra ciudad, el que a lo largo de la Calle Corrida o en la Plaza de Italia
podamos ver conocidas cadenas de hamburgueserías u otras multinacionales, no es
sólo una cuestión estética; tiene que ver con una serie de elementos que
transforman nuestra forma de relacionarnos, que cambian las pautas de ocio y
que tienen unos efectos dramáticos sobre el comercio local, que difícilmente
puede competir con este tipo de establecimientos. Por eso, alentar desde las
posibilidades que ofrezca la política municipal unas iniciativas u otras, no es
algo inocente ni algo que pueda ventilarse apelando a unos supuestos y
descarnados criterios técnicos, sino que depende de una opción de vida: del
Gijón que queramos ser. En conclusión: la clase de cultura que se hace depende
de la que clase de persona que se es y del modelo de sociedad al que se aspire;
no es un traje que se quite y se ponga.
¡Muchas gracias!